CARTA A TODA LA DIÓCESIS
Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, fieles cristianos laicos, queridos todos hermanos y hermanas en el Señor:
La pandemia permanece y hasta parece recrudecerse; andamos un poco o bastante sobrecogidos, cohibidos. Son muchas las razones por las que parece que tenemos miedo, miedo a contagiar, miedo a que nos contagien, es cierto; yo también tengo miedo; pero esta situación, como dijo Jesús, ante la enfermedad de su amigo Lázaro, no es de muerte. Esta hora es para que volvamos a Dios, confiemos en Él, y no tengamos miedo, y se vea la gloria de Dios que es que el hombre viva. “¡No tengáis miedo!”, nos dijo el Papa san Juan Pablo II al iniciar su pontificado, en una situación nada fácil; es la hora de la fe, de avivarla, fortalecerla, darle vigor; es la hora de la esperanza que no defrauda. Ayer mismo, domingo, leía en la portada de un periódico, algo así: “el olvido de Dios en plena pandemia, las iglesias se vacían”. Me produjo mucha tristeza esta noticia de portada, que sin duda, por el contenido del artículo en páginas interiores, no tenía ninguna intención torcida ni perversa, al contrario; pero me dejó triste y con dolor.
No podemos permanecer casi impasibles, resignados y sin esperanza. Es la hora de Dios, que no nos deja ni permitirá que nos hundamos en la pandemia. La señal ciertísima es Jesucristo, que se ha hecho hombre y ha asumido nuestra realidad humana, con todos los sufrimientos; y así nos lo anunciaba el Evangelio de ayer, predicando el reino de Dios -Dios con nosotros que nos quiere y trae salvación-, sólo pide conversión, que volvamos, que vayamos a Él y que le escuchemos y le sigamos para anunciar también hoy nosotros esa gran y buena noticia que es: Dios nos quiere, está con nosotros y por nosotros, y nada ni nadie podrá apartarnos de ese amor suyo. Es necesario creer, fortalecer la fe y cambiarán las cosas, como cambiaron en Nínive cuando creyeron en Dios ante el anuncio de Jonás. No es un consuelo ficticio, es una realidad viva y cierta; pero avivemos la fe, que la necesitamos todos.
Me vienen a la memoria aquellas palabras tan sabias de la copatrona de España, santa Teresa de Jesús. “Nada nos turbe ni espante” en estos momentos tan crueles y tan difíciles de adversidades; recordemos que “todo se pasa”, también la pandemia, los fallos, las incapacidades, las contradicciones que padecemos, todo se puede superar, todo se puede vencer; porque “Dios no se muda”, Dios no cambia, permanece siempre, y nos ama siempre, pues es amor y lo vemos en su Hijo venido en carne a nosotros, nos ama siempre, basta que, llenos de confianza y fe, afrontemos los problemas, con serenidad, sin nerviosismos ni precipitaciones, de su mano; sabiendo que “la paciencia todo lo alcanza”. Necesitamos esta paciencia que constantemente vemos en Dios y a la que constantemente nos exhorta su palabra que no falla, y que nos lleva a alcanzar todo; y por esto, siempre, pero sobre todo en estos momentos de turbación, es necesario que se consolide esa paciencia, que no es mera resignación, sino fortaleza, esperanza y confianza porque “quien a Dios tiene nada le falta”, quien tiene a Dios lo tiene todo, y no le falta nada necesario para afrontar las dificultades, lo tiene todo, todo, esa es la fe que persevera y espera porque en Dios está todo, todo el amor, toda la dicha, que es más fuerte que la muerte; porque “SOLO DIOS BASTA”.
Acudamos también, en esta situación, a la oración de Carlos de Foucauld: “Padre mío, me pongo en tu manos, haz de mí lo que quieras, lo acepto todo, estoy dispuesto a todo, haz de mí lo que quieras, cualquier cosa que hagas de mí te doy las gracias”. Esto es lo que a los cristianos, a los creyentes, se nos pide: vivir en Dios y de Dios, y comprobaremos la verdad de lo que dice Teresa de Jesús o Carlos de Foucauld, y afrontaremos la situación con otro aire, con otras fuerzas, porque “todo lo podemos en Aquel que nos conforta”.
¿No es esto lo que rezamos cada día y debemos rezarlo con insistencia, y fe, siguiendo las enseñanzas de Jesús, en el Padre Nuestro, “hágase tu voluntad”, sea santificado, reconocido y adorado tu Nombre, y vendrá el reino de Dios, “Dios con nosotros”, también en estos momentos de verdadera angustia humana? Así fue la Virgen, la toda dichosa porque se fió, cumplió la voluntad de Dios y se dejó guiar por Él, y el mismo Jesús dijo “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, “aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad”, y venció a la muerte, resucitó.
Y por todo esto, os digo en estos momentos que necesitamos vivir esa fe, acrecentar esa fe, pedir al Señor que aumente nuestra fe; y para ello participar realmente en la Eucaristía, escuchar la Palabra de Dios en ella, tomar parte en la celebración del misterio de la fe, comulgar realmente -comer el Pan de la vida-, no sólo espiritualmente. Orar y adorar al Santísimo, realmente presente en este sacramento de la fe, de la verdad y de la caridad.
Con esto os quiero decir, especialmente a vosotros, queridos hermanos, sacerdotes, que para que esto sea así -y no sólo por TV o internet, u otros medios de las nuevas redes-, que celebremos presencialmente la Eucaristía, sacramento de nuestra fe, y que tenéis no sólo el permiso, sino el ruego de que cuantas veces sea necesario u oportuno hacerlo lo hagáis, guiados de la prudencia, aunque participen numéricamente pocos fieles, y aunque estéis solos o casi solos, siempre guardando las medidas de prudencia y responsabilidad necesarias. La fe no puede mantenerse sin la Eucaristía. Los cristianos de hoy, como los cristianos y mártires de los primeros siglos, no podemos vivir sin la Eucaristía. También os pido que tengáis las iglesias abiertas todo el día, con el Señor, el Santísimo, expuesto para que los fieles puedan estar con el Señor, orando y adorándolo y vosotros mismos también. No lo dudéis: el pueblo fiel necesita la Eucaristía, como nos muestra Dios mismo en tantos testimonios a lo largo de la historia en momentos difíciles y en pruebas, como hoy sucede.
Hagamos todo lo posible por mantener, acrecentar y avivar la fe que está al alcance de todas las manos. Que se ore en familia, en esa pequeña iglesia doméstica que es cada familia; que se lea la Sagrada Escritura y el Evangelio de cada día, juntos la familia, que se comente y se ore en ella a raíz de la lectura de la palabra de Dios; y que se dé en la familia la catequesis o enseñanza de la fe a los pequeños o jóvenes. Sin ningún pudor, ni temor y sin ninguna vergüenza, con libertad, con ánimo, con fe, en definitiva.
Que los sacerdotes en las parroquias y la Delegación diocesana de catequesis ofrezcan a los padres o abuelos materiales de catequesis, sencillos, enjundiosos, sustanciales, nada complicados, pero hay que enseñar la fe, desde la fe: cuando se entrega la fe, la fe se fortalece. No olvidemos las palabras de Pablo a Timoteo: “proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir”. Vosotros, mis queridos hermanos sacerdotes, mis imprescindibles colaboradores en el ministerio pastoral, sé que lo estáis haciendo con muchos sacrificios y generosidad, y os lo agradezco infinito, ¿qué sería de mí sin vosotros? Pero con esa sabiduría vuestra y buen hacer vuestro insistid en estas cosas, con fe, con creatividad, libertad, valentía, sin bajar la guardia, con toda prudencia y sentido de responsabilidad. Y para que esto sea posible, insistamos todos, yo el primero, en la oración personal de donde brotará todo el ánimo que necesitamos para alentar y para animar a los demás en este combate duro de la fe en estos momentos, en los que Dios no nos olvida y nosotros no podemos olvidarlo ni dejar ninguna brecha por la que se pueda deslizar el mal.
Os he dirigido esta carta como padre y pastor a todos, a todos os lo digo, pero sobre todo a mis queridos hermanos y amigos sacerdotes en esta hora de Dios para que Dios sea reconocido, amado, y viendo nuestras obras todos alaben Dios. iMuchísimas, muchísimas gracias!, que Dios os bendiga.
Un abrazo,
+Antonio Cañizares Llovera Arzobispo de Valencia
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