Artículo del Cardenal Arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo 2022
ESTUVE ENFERMO Y VINISTE A VERME Y ME ACOMPAÑASTE
Valencia, 1 de febrero de 2022
Se aproxima el día de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, Salud de los Enfermos, el Día del Enfermo. La Iglesia, como buena samaritana que es, a ejemplo de su Señor, Buen Samaritano, no pasa de largo ni quiere pasar de largo del enfermo. No da un rodeo ni se empeña en otras cosas. Se acerca, lo atiende y procura el bálsamo que necesita. Sale al encuentro de él y siempre le habla. Se identifica con él y alaba a quien se ha detenido y le visita, le hace compañía, comparte un trozo o un trecho de su vida con él, lo lleva incluso donde pueden cuidarlo y hay calor y cobijo para él. Le acompaña y le atiende acompañándolo, no deja en soledad, no abandona ni le deja en la estacada del desconsuelo o de la soledad, del dolor o de la incertidumbre, o privado del amor cuando más lo necesita. Actúa como madre o como hermana, como familia que está su lado, comparte y alivia el dolor y lo que conlleva la enfermedad o la ancianidad cuando las fuerzas se quiebran y faltan.
La Iglesia que ha recibido de su Señor la tarea de velar cuidadosamente por los enfermos, de aliviar con todos sus esfuerzos y sin desmayo a los que sufren, cumple su misión con sus cuidados solícitos a través de la dedicación infatigable de tantos hermanos y hermanas, y por la oración de intercesión con que acompaña a los enfermos, con la Palabra de Dios que ilumina, alienta, levanta el ánimo, consuela; y particularmente, con los medios de gracia, los Sacramentos, con que los hace partícipes de los bienes de la salvación y del amor de Dios (Eucaristía, Penitencia y Unción).
La enfermedad, junto con las debilidades que ésta puede comportar, es una situación en la vida en la que el don de Dios se hace muy presente y su compañía se necesita para vivir y afrontar momentos que sólo no se pueden sufrir y se necesita compañía: así muestra su cercanía y acompaña. La enfermedad puede ayudar a discernir más que en otros momentos pletóricos de fuerza lo que verdaderamente cuenta, lo que es esencial y lo que no lo es. Ella acerca más a Dios, no sólo a los enfermos, como estamos comprobando y viendo en estos momentos de pandemia, que seguramente nos estará acercando más a Dios y nos está ayudando a comprobar cuán verdad son aquellas palabras de san Pablo “Mi gracia te basta; mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”, en la debilidad. Los sufrimientos tienen como sentido “completar en la carne propia lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia”. La enfermedad y la vejez nos hacen vivir más cara a Dios, Señor de la vida y de la muerte, volver a Dios, poner ante Él la vida e implorar de Él su misericordia, su compasión y su perdón. Por esto es necesario que las familias, en medio de su sufrimiento, puedan ver y comprobar que la enfermedad de uno de sus miembros puede ser ocasión para descubrir a Dios, para acercarse a Él y para ver y vivir con esperanza la visita de Dios: “lo que Dios quiera” repiten tantas veces los enfermos y así nos están diciendo “sólo Dios, sólo Él es necesario”. ¿Cabe más fe y confianza? Estos son los que llevan de verdad a la Iglesia entera.
Roguemos por los enfermos, volquémonos con ellos, estemos enteramente a su lado hasta el último momento de su vida. Acompañemos a los enfermos y a los que sufren; el acompañamiento cura, tanto o más que tratamientos a veces, cura y levanta a los enfermos, a los desasistidos o desamparados o abandonados, es el cuidado paliativo mejor. Este Día o Jornada de los Enfermos, una vez más, nos llama a todos a que seamos el rostro de un Dios cercano que les quiere y que se desvive por ellos, los acompaña y no los abandona, que seamos la manifestación de la madre Iglesia, que, con Cristo, su Señor, sufre con sus hijos enfermos, que está al lado de ellos y de sus familias. Oremos por los enfermos y sus familias.
Amemos entrañablemente a los enfermos y acompañemos a quienes les acompañan: sus amigos, los que los visitan, los médicos, o las personas de enfermería, tantos… Estemos a su lado. No regateemos ningún esfuerzo en su favor. Seamos alivio, consuelo, compañía, curación, luz y esperanza para ellos. Luchemos por los enfermos. A los que padecen la enfermedad, a vosotros queridísimos hermanos, enfermos, que os identificáis con Jesús crucificado, y que le buscáis como salud, os digo que os quiero, que os admiro, que pido por vosotros.
Os digo también: ¡Gracias! Gracias, porque pocos como vosotros hacen más que vosotros por la humanidad y por Iglesia. ¡Gracias por vuestro testimonio! Cuánto aprendo de vosotros cuando os visito. Y sobre todo aprendo a decir con más verdad eso que vosotros repetís tan de todo corazón: “lo que Dios quiera, en sus manos nos ponemos”. Nada más importante que lo que vosotros vivís: “hacer la voluntad de Dios”. Eso es lo que salva, eso es lo que cambia el mundo. Vosotros, enfermos, seguid confiando en Dios, seguid confiando en Jesucristo, que está tan cercano a vosotros, que se identifica con vosotros. Seguid confiando en la Virgen María, Consuelo de los Afligidos y Salud de los Enfermos, Madre de Dios y nuestra Madre que nos fue dada junto a la Cruz, y está en el Cielo. Con afecto para todos, sobre todo para los enfermos. Así, la Iglesia será lo que debe ser: medicina de la caridad.
Que Dios os bendiga.
+ Antonio Cañizares Llovera Arzobispo de Valencia