CUARESMA 2019. Carta del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares

No todos los tiempos son iguales. El de Cuaresma, es un tiempo especialmente relevante para los cristianos. Ha tenido, debe seguir teniendo, un hondo significado: reconstruir y consolidar los cimientos y los pilares de nuestro edificio espiritual. Necesitamos recuperar la Cuaresma. Tal vez, en no pocos, se ha perdido su gran sentido. La secularización de la sociedad y el debilitamiento de la fe en amplios sectores han motivado que palidezca la vivencia genuina de la Cuaresma en la conciencia de nuestras gentes. Sin embargo, sigue con la misma vigencia y actualidad que en otras épocas. La Cuaresma, a lo largo de siglos, ha sido, y debe ser, una escuela para la formación del hombre, para liberarlo de sus cadenas interiores, pasiones y vicios, unificarlo, y fortalecerlo en su vida cristiana por la escucha y meditación de la Palabra más asidua e intensa, por la oración viva y sosegada, por la penitencia y la mortificación, por el ejercicio decidido de obras de caridad y misericordia. Es tiempo para la educación en la bondad, en la caridad, en el perdón, en la paz, en la reparación del mal realizado, en la esperanza, en la virtud sincera, en la vida nueva. Una verdadera escuela de vida cristiana.

La espiritualidad cuaresmal es penitencial. Lleva consigo exigencias como el ayuno,- del cual queda una obligación reducida a sólo el Miércoles de Ceniza y al Viernes Santo-, o como la abstinencia los viernes cuaresmales; estas exigencias, conviene recordarlo, no están abolidas del todo, y mucho menos está olvidado su espíritu o exigencia personal. La Cuaresma invita a la oración más frecuente y prolongada: la oración recuerda la necesidad de Dios, de su amor, perdón y ayuda, la necesidad de estar unidos a El. La Cuaresma dispone para recibir el sacramento de la penitencia, que, además de ser un acto de humildad y contrición, hacia el que nuestros contemporáneos tienen poco aprecio, es, sobre todo, la acción reconciliadora, de perdón y de gracia restauradora, de Dios en nuestras vidas. Es llamada a cuidar la meditación y el seguimiento amoroso de la Cruz que el cristiano fiel encuentra siempre en su camino. La palabra clave que resume todo el espíritu cuaresmal es: “conversión”. Se trata de un tiempo muy propicio para convertirnos a Dios, volver a El, y encontrar, de nuevo, la plena comunión con El, en quien está la felicidad del la vida y la esperanza del hombre, la paz y el amor que lo llena todo y sacia los anhelos más vivos del corazón humano.

Convertirse significa repensar la vida y la manera de situarse ante ella desde Dios, donde está la verdad; poner en cuestión el propio y el común modo de vivir, dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida, no juzgar ni ver, sin más, conforme a las opiniones corrientes que se dan en el ambiente, sino en conformidad con el juicio y la visión de Dios mismo, como vemos en Jesús. Convertirse es dejar que el pensamiento de Dios sea el nuestro, asumir, por tanto, “su mentalidad y sus costumbres”, como comprobamos y palpamos en Jesucristo. Convertirse significa en consecuencia: no vivir como viven todos, ni obrar como obran todos, no sentirse tranquilos en acciones dudosas, ambiguas o malas por el mero hecho de que otros hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; buscar por consiguiente el bien, aunque resulte incómodo y dificultoso; no apoyarse en el criterio o en el juicio de muchos de los hombres – y aun de la mayoría- , sino sólo en el criterio y juicio de Dios. El tiempo cuaresmal, con el auxilio de la gracia, lleva a centrar la vida en Dios, a reavivar y fortalecer nuestra experiencia de Él, a hacer del testimonio de Dios vivo, rico en misericordia y piedad, nuestro servicio a los hombres tan necesitados de Él. La fe en Dios es capaz de generar un gran futuro de esperanza y abrir caminos para una humanidad nueva donde se transparente su amor sin límites, especialmente volcado en los pobres, los desheredados y maltrechos de este mundo. En otras palabras: convertirse implica buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva en el seguimiento de Cristo, que entraña aceptar el don de Dios, la amistad y el amor suyo, dejar que Cristo viva en nosotros y que su amor actúe en nosotros.

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